¿Qué está mal con AMÉRICA y por qué no lo ves venir? El sexo es tabú pero la violencia tiene licencia
En Estados Unidos, el sexo sigue siendo un escándalo… pero la violencia ya ni sorprende. 🔪💋
Parece que si un personaje en una novela dice “te deseo”, muchos lectores se llevan las manos a la cabeza. Pero si ese mismo personaje apuñala a otro, todo el mundo aplaude el giro dramático. ¿Qué demonios nos pasa? Esta pregunta, tan sencilla y a la vez tan incómoda, es la que se hace Elanor R.L., autora de The Witch of Toledo, en su ensayo mordaz sobre la hipocresía cultural estadounidense. Y es que cuando se trata de ficción, especialmente en los Estados Unidos, el sexo consensuado parece provocar más escándalo que la violencia brutal. Como si el placer fuera algo sucio y el sufrimiento, una especie de espectáculo nacional.
Te aconsejo leer esto: Want to Know What’s Wrong With America?
Me lo contaron una vez en una cena con escritores: “Publica un libro con una orgía y te vetan en las escuelas; escribe uno donde descuarticen a cinco adolescentes y te nominan a un premio”. Pensé que exageraban. Hasta que lo viví. Y entonces lo entendí todo.
Sangre sí, caricias no
Elanor lo explica con una claridad cortante. En su novela, no se limita a explorar el deseo, también se adentra en zonas oscuras: la violación, la tortura, el asesinato. Pero es en las escenas de sexo, consensuado y humano, donde empieza a sentir la incomodidad del juicio ajeno. No por la dureza del contenido, sino porque sabe perfectamente que esas escenas levantarán más cejas que cualquier degollamiento. “¿Por qué me preocupa más la reacción a las escenas de sexo que a las de violencia?”, se pregunta.
Y no es la única. Basta encender cualquier pantalla para ver cómo se disparan balas a quemarropa antes de que se permita un beso con lengua. En el prime time, los niños pueden ver cómo alguien explota en mil pedazos, pero si una pareja se desnuda por amor, suena la alarma moral.
Hay un viejo refrán que no necesita actualización:
“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.”
Y es que esta cultura se ha construido sobre prisas hipócritas. Corre a censurar lo natural, mientras celebra lo grotesco. Prefiere el trauma antes que el placer. La sangre antes que el sudor del deseo. Una moralina tan desconcertante como ese pastor que condena el sexo prematrimonial… y luego aparece en las noticias con tres amantes y una pistola cargada.
El placer como amenaza
“El sexo provoca, incomoda, nos delata. La violencia, en cambio, nos adormece.”
Esta podría ser una frase de Elanor, o de cualquier autor que se ha enfrentado a los filtros de Amazon, las etiquetas de contenido “adulto” o las críticas de Goodreads que advierten con más fervor sobre una escena de masturbación que sobre un homicidio premeditado.
Pero también podría haberla dicho un filósofo clásico. Porque esto no es nuevo. Desde la caverna de Platón hasta las oficinas de Netflix, llevamos siglos censurando el cuerpo mientras glorificamos la guerra. El sexo, cuando es libre, molesta. Cuando es narrado desde la mirada del deseo y no del pecado, incomoda. Porque no lo podemos controlar. No hay guión que valga. No hay justificación narrativa. Es lo que es.
“Una sociedad que necesita un disclaimer antes de un beso, pero ninguno antes de una ejecución, tiene el alma enferma.”
Lo que se esconde bajo la censura
Hace tiempo, escribí un cuento donde un personaje descubría el sexo a los quince años. No era una historia escandalosa, ni pornográfica. Era dulce, algo torpe, muy humana. Me dijeron que lo quitara, que “era demasiado gráfico para jóvenes”. Pero en la misma editorial, circulaban thrillers juveniles con torturas explícitas, adicciones y suicidios. Ahí nadie levantaba la ceja.
Fue entonces cuando entendí que la censura no es moral, sino estética. No protege a nadie, solo protege una imagen artificial de pureza. Una máscara que oculta la incomodidad que sentimos ante el placer ajeno. Especialmente si es un placer femenino, libre, no violento. Especialmente si no se pide permiso para existir.
“El cuerpo desnudo es más peligroso que una granada, si decide disfrutar.”
La doble moral de las plataformas
En su artículo, Elanor también expone algo que muchos creadores saben pero pocos se atreven a decir: las plataformas digitales no censuran la violencia con la misma rigidez con la que censuran el sexo. Puedes tener una novela llena de asesinatos, pero si describes un orgasmo en primera persona, te etiquetan como “contenido explícito”. Irónicamente, lo explícito es solo el placer. No el dolor.
¿Es por puritanismo? ¿Por miedo? ¿Por un legado religioso aún sin resolver? Quizás sea todo eso y más. Pero también hay algo más mundano: el sexo real no vende tanto como la violencia espectacularizada. Y eso convierte el deseo en un producto incómodo. Nadie quiere enfrentarse a la verdad del cuerpo si no puede convertirla en una explosión o en un trauma.
El sexo como humanismo
¿Y si el sexo no fuera el enemigo? ¿Y si fuera, de hecho, una forma de amor, de fuerza, de libertad?
La pregunta flota como una lámpara encendida en una caverna oscura. Porque más allá del tabú, lo que nos debería escandalizar es esta normalización del dolor, esta pornografía de la crueldad que consumimos sin pestañear. Lo verdaderamente subversivo, en estos tiempos, es narrar el deseo sin culpa.
Elanor, con su novela y su artículo, no solo denuncia esta contradicción. También nos invita a cuestionarla desde dentro. A pensar en qué tipo de historias queremos contar, leer y ver. A qué tipo de emociones les damos permiso para entrar en nuestras casas. Y sobre todo, a qué partes de nosotros mismos seguimos censurando por miedo a que nos llamen obscenos.
“Lo que escandaliza no es el sexo, sino la libertad de mostrarlo”
Este ensayo de Elanor no es un panfleto ni un grito airado. Es una reflexión lúcida, valiente, que pone el dedo en una herida cultural que muchos prefieren ignorar. Pero también, como toda buena literatura, abre una puerta a lo que podría ser distinto. Más natural. Más honesto. Más humano.
“El que ama sin pudor, vive sin miedo.” (Fragmento apócrifo de Safo)
Y tal vez eso sea lo que más asusta a una sociedad construida sobre la represión: la idea de que el amor libre puede ser más fuerte que la violencia legitimada.