¿Vale la pena tener HIJOS o es un instinto domesticado? HIJOS bajo control estatal suena a distopía pero es hoy
¿Vale la pena tener HIJOS? Esa pregunta me agarró por sorpresa, como un susurro incómodo en mitad de una comida familiar, justo cuando todos se ríen por una anécdota sobre pañales explosivos y noches sin dormir. Pero no fue un cuñado insolente ni una suegra sin filtro quien la lanzó. Fue una película. Un thriller psicológico escondido en el catálogo de Prime Video con un título tan sencillo como demoledor: La evaluación. Ahí, en el rincón más inesperado del streaming, me topé con una historia que desentierra uno de los tabúes más férreos de nuestra sociedad con bisturí frío y preciso: la maternidad y la paternidad como algo… ¿voluntario? ¿merecido? ¿evaluado?
“La maternidad no es un derecho, es una prueba”. Así comienza el veredicto distópico de esta cinta dirigida por Fleur Fortuné, una cineasta con nombre de perfume francés y agallas de cirujana ética. En su universo, tener hijos no es un derecho biológico ni una ilusión romántica. Es un privilegio que hay que ganarse, como una beca de élite o el acceso a una isla privada. Nada de embarazos accidentales, ni de familias improvisadas. Aquí, se necesita una licencia oficial para procrear. Y para obtenerla, uno debe pasar una serie de exámenes psicológicos, financieros y emocionales tan rigurosos como un proceso de selección para astronautas.
Origen: Crítica a La evaluación, el nuevo thriller de Prime Video que no romantiza la paternidad
Cuando el amor se convierte en trámite
La premisa parece ficción, pero también da miedo. Porque en el fondo, algo de eso ya flota en el aire. En ciertas miradas inquisidoras cuando alguien decide tener hijos sin “estar asentado”. En los comentarios venenosos tipo “¿y quién cuida al niño si trabajan los dos?” o en esa etiqueta no escrita de que ser padre soltero es sospechoso y ser madre después de los cuarenta es un acto de egoísmo. “La evaluación” pone esa hipocresía sobre la mesa y la destripa sin anestesia.
Lo curioso es que la película no ofrece respuestas fáciles. No es una fábula anti-hijos, ni un panfleto natalista. No hay moraleja final, solo preguntas que raspan por dentro. ¿Por qué queremos ser padres? ¿Es amor, es cultura, es miedo a la soledad? ¿Realmente sabemos lo que implica o repetimos el guion social porque nos lo tatuaron de pequeños entre cuentos de cigüeñas y domingos en el parque?
“No todos los que pueden, deben. No todos los que quieren, pueden”. Frase que se repite en uno de los monólogos más escalofriantes de la película, pronunciada por una funcionaria que evalúa a una pareja con ojos fríos de algoritmo humano. Ahí entendí el golpe real del film: no se trata solo de poner a juicio la idoneidad individual para ser madre o padre. Se trata de cuestionar el sistema completo que da por hecho que la familia tradicional es el pilar de todo.
La paternidad como experimento moral
En uno de los momentos más tensos de la cinta, una pareja aparentemente perfecta empieza a desmoronarse bajo la presión del examen. No es que no se amen. Es que amar no basta. Deben demostrar que no repetirán traumas, que tienen estabilidad emocional, que han pensado en el futuro del niño en un mundo incierto. Y ahí es donde me asalta la paradoja: queremos hijos como un acto de libertad, pero la crianza exige estructura, rutina, renuncia. ¿Cómo equilibrar ambos extremos?
La evaluación no es una película cómoda. Ni para quienes tienen hijos ni para quienes no. Pero esa es su mayor virtud. Pone a la paternidad bajo microscopio sin juicios, sin moralejas, sin sentimentalismos baratos. Y en esa frialdad quirúrgica, logra algo raro: nos emociona más que muchas comedias familiares donde todo se arregla con un beso al final.
“Ser padres no es un acto de amor. Es un contrato social”
Hay algo profundamente irónico en ver esta película en una plataforma que recomienda títulos según nuestros hábitos de consumo. Porque así como el algoritmo decide qué ver, en “La evaluación” también hay un algoritmo que decide si eres apto para traer una vida al mundo. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a dejar que nuestras decisiones más íntimas sean aprobadas por otro? ¿No hacemos ya eso cuando nos dejamos guiar por las redes, los libros de crianza o los consejos no pedidos?
La directora, Fleur Fortuné, logra crear un ambiente gélido, elegante y aséptico, donde cada plano parece diseñado para incomodar sin decirlo en voz alta. Las interpretaciones de los protagonistas (especialmente la de la mujer, que alterna temblor e ira como si fuera una cuerda a punto de romperse) nos arrastran a ese dilema sin trampa emocional.
“Vale la pena tener hijos. Pero también vale la pena no tenerlos”
Esa frase no está en la película, pero podría estarlo. Porque lo más inquietante de este thriller no es su distopía, sino lo cerca que se siente de nuestra realidad. Cada vez son más los países que debaten sobre controles de natalidad, sobre incentivos fiscales para la procreación “responsable” o sobre sistemas para evitar que ciertos perfiles reproduzcan sus carencias. Y aunque todo se disfraza de buena intención, en el fondo se trata del mismo monstruo: controlar lo incontrolable. Convertir el amor en trámite. La libertad en papeleo.
¿Y si mañana nos exigen una evaluación oficial para ser padres? No un test cualquiera, sino un escáner completo de pasado, presente y potencial emocional. ¿La pasarías? ¿Querrías pasarla?
“La evaluación es más real de lo que queremos aceptar”
A veces pienso que la ficción no predice el futuro. Lo describe con voz más clara de lo que nos atrevemos a escuchar. Y “La evaluación”, sin aspavientos ni efectos espectaculares, describe un presente silencioso en el que ya nos evalúan todo: desde cómo dormimos hasta cómo amamos, desde qué compramos hasta si usamos el lenguaje correcto para referirnos a los demás.
“No estamos tan lejos del mundo que esta película muestra. Solo que todavía no lo han legalizado”
Ese pensamiento me persigue desde que terminé de verla. Porque si bien parece lejana, la historia es solo un espejo deforme de lo que ya ocurre. Las redes juzgan. Las instituciones norman. La opinión pública etiqueta. Y entre tanto juicio, el deseo de tener un hijo —o no tenerlo— ha dejado de ser libre para convertirse en sospechoso.
“Cría cuervos… y tendrás que justificarlo ante el Estado” (Proverbio remezclado)
Tener hijos no debería ser un lujo, ni un castigo
Ni un trámite. Ni una penitencia. Ni una obligación. Debería ser una decisión íntima, libre, reflexiva. Pero también honesta. Y ahí es donde el cine acierta: no se trata de juzgar quién es apto o no, sino de preguntarnos por qué hacemos lo que hacemos. Y si al responder, sentimos un vacío… tal vez no estamos tan preparados como pensábamos.
Porque el futuro no es distópico por exceso de reglas, sino por ausencia de preguntas.
¿Tú también sientes que ya te están evaluando aunque nadie te lo diga?
📌 Puedes leer más sobre esta inquietante película en esta crítica de Mundiario.