Molly Kruse y el alma retro que no sabías que necesitabas

¿Puede el COUNTRY INDIE sonar como un vinilo del futuro? Molly Kruse y el alma retro que no sabías que necesitabas

El alma del country indie no suele entrar por la puerta grande. A veces se cuela como un susurro, como una carta perdida que llega treinta años tarde, pero justo a tiempo para romperte el alma. Así es Please Lee Ann, el nuevo disco de Molly Kruse, una de esas artistas que no se parecen a nadie pero te recuerdan a todos. A todos los que alguna vez te hicieron temblar el pecho con una voz limpia, una letra honesta y un estribillo que no pide permiso.

Hace tiempo, entre carreteras secundarias, moteles con máquinas de hielo oxidadas y el eco de una guitarra vieja en algún porche del sur, se escribió la promesa de un country que no tuviera que escoger entre la nostalgia y el riesgo. Kruse, con este álbum, cumple esa promesa. “Please Lee Ann” no es un experimento ni una declaración de principios: es un disco que respira, que palpita, que recuerda. Pero también sueña.

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Origen: Molly Kruse Delivers Rich Storytelling and Retro Country Charm on New Album

Cuando el pasado y el presente se agarran de la mano

Hay que decirlo con claridad: Steve Seskin no es un nombre cualquiera. Ocho números uno no los escribe un tipo con suerte. Reba, Tim McGraw, Mark Wills… todos han cantado con sus palabras. Pero lo que hace con Kruse es otra cosa. Es casi como si le prestara un mapa antiguo para que ella encuentre su propio camino, sin copiarlo, sin repetir fórmulas. Juntos, dibujan un paisaje emocional donde cada canción es un cruce de caminos entre el folk íntimo y el country de raíces.

“Es un álbum que tiene algo para todos”, dice Molly. Y yo le creo. Porque hay algo mágico en cómo se cruzan los trenes rítmicos de los temas más rápidos con la calma brumosa de las baladas. Una canción te empuja a la pista de baile de un bar de carretera; otra te hace llorar como si hubieras perdido algo que ni sabías que tenías.

Un dream team con botas de serpiente y alma de estudio analógico

Pero claro, para que eso funcione, hace falta una orquesta de corazones bien afinados. Y vaya si la tiene. Empezando por el productor Andrija Tokic, que viene con el aura gloriosa de Alabama Shakes y Margo Price pegada al sombrero. Tokic tiene ese talento de los alquimistas: convierte la madera en oro y los micrófonos en portales. Le das una melodía de cocina, te devuelve un himno con olor a polvo y gloria.

Luego está Trina Shoemaker, que sabe cómo hacer que cada suspiro se escuche como una confesión. No por nada ha mezclado a Brandi Carlile, Tanya Tucker o Sheryl Crow. Y para cerrar el círculo, John Baldwin se encarga de la masterización con esa precisión de joyero que logra que el vinilo y el streaming suenen con el mismo calor humano.

Pero el alma del disco también está en los dedos y las baquetas: “Little” Jack Lawrence con su bajo profundo y clásico; Ellen Angelico, la guitarra que brilla sin hacer sombra; Billy Contreras y Dave Racine marcando el pulso con ese swing rústico y perfecto. Cada músico aquí no solo toca: habla, respira, cuenta historias.

«Este disco no quiere sonar moderno. Quiere sonar eterno.»

El country de los noventa está de vuelta… pero con cicatrices nuevas

Hay algo en “Please Lee Ann” que suena familiar. Pero no es copia, es eco. Hay canciones que te hacen pensar en las grandes voces femeninas del country noventero, esas que mezclaban el dolor con la fuerza, la ternura con la rabia. Pero también hay algo distinto. Kruse no canta desde el recuerdo, canta desde la herida ya cerrada, pero aún sensible.

“Hay un espíritu vintage, sí”, me digo mientras repito el disco por tercera vez, “pero no es un disfraz. Es ADN.” Es esa forma de cantar que no grita, pero tampoco se disculpa. Una voz que sabe que no hay que llenar todos los espacios, porque a veces el silencio entre versos es donde realmente se esconde la emoción.

“No hay futuro sin memoria, ni emoción sin riesgo.”

Americana sin maquillaje y sin miedo

Kruse viene de una gira por la Costa Oeste que la dejó en boca de muchos y en oídos más aún. Pasó por el Americana Fest y dejó claro que lo suyo no es moda pasajera. Ella no está aquí para seducir a la industria. Está para decir lo que tiene que decir, y si en el camino conquista corazones, pues mejor. Pero si no, igual lo habría hecho.

Lo que se escucha en Please Lee Ann no es un ejercicio de estilo. Es una vida vivida. Son madrugadas largas, viajes sin destino, cartas nunca enviadas, y esa esperanza rara que aparece cuando creías que ya no te ibas a volver a enamorar de ningún disco.

Molly Kruse es la voz de una generación que no se deja etiquetar

Y eso es lo que hace grande a este álbum: que no intenta complacer, ni acomodarse, ni disfrazarse de algo que no es. Es puro. Es imperfecto. Es verdadero. Y eso, en estos tiempos de filtros y fórmulas, es un acto de amor.

Quizá por eso Molly Kruse empieza a sonar como una figura inevitable para quienes buscan música con entrañas, con heridas y con alma. Porque no canta para que la escuchen: canta porque tiene que hacerlo. Porque algo en su pecho necesita salir, aunque duela. O precisamente por eso.

“Please Lee Ann” es un álbum que suena a ayer, pero habla del mañana

Y ahora que la fecha de lanzamiento se acerca, una sola pregunta queda dando vueltas como un viejo disco en una vitrola: ¿Estamos listos para volver a sentir así con un disco de country indie?

Porque si no lo estamos, más vale que nos preparemos.


“No se puede escribir con el alma si no se ha roto primero.” (Frase popular del sur de Estados Unidos)

“Cada canción es un refugio para quien alguna vez se sintió solo.”


La voz de Molly Kruse ya no pide permiso. Solo pide que la escuches.

El country indie necesitaba a alguien que cantara con verdad. Ella llegó con guitarra y cicatrices.

¿Será Please Lee Ann ese disco que recordaremos dentro de veinte años como el que nos devolvió la fe en la música con corazón?
O mejor dicho… ¿y si ya lo es?

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