¿Puede la AMISTAD INTERGALÁCTICA salvarnos del apocalipsis solar?
PROYECTO SALVACIÓN redefine la CIENCIA FICCIÓN ESPACIAL desde el vacío emocional
La primera vez que escuché la frase PROYECTO SALVACIÓN, imaginé una especie de cruzada celestial, una misión suicida entre estrellas y fórmulas imposibles. Pero lo que encontré fue otra cosa: una historia donde el cosmos se mezcla con la soledad humana y donde el destino de la Tierra depende, literalmente, de un tipo con amnesia flotando en la nada 🚀. No hay nada más poético —ni más desesperante— que eso.
Proyecto Salvación no es solo una película de ciencia ficción espacial con una amenaza cósmica de manual. Es una carta de amor a lo imposible, a la tecnología salvadora, al azar que une a seres completamente distintos para salvar algo más grande que ellos. Y sí, también es una historia de amistad intergaláctica que, contra todo pronóstico, conmueve.
“Un hombre solo en una nave puede ser más peligroso que mil soles moribundos”
Al principio, Ryland Grace (Ryan Gosling) no sabe ni quién es. Despierta en una nave como quien despierta en una pesadilla: solo, confuso, con cadáveres flotando a su alrededor y el Sol, allá en algún rincón del universo, muriendo por culpa de una criatura microscópica llamada Astrofago. De entrada, esto ya parece un cruce bastardo entre Interstellar, Alien y alguna resaca filosófica de Isaac Asimov. Pero entonces aparece Rocky.
Rocky no es humano. No habla inglés. No tiene boca ni ojos. Pero es, sorprendentemente, lo más humano de toda la historia. Su amistad con Grace se forja a través de matemáticas, paciencia y necesidad mutua. Lo que en otros guiones sería un recurso facilón, aquí se convierte en el corazón de la película. Y vaya corazón. Late con fuerza, con código binario y vibraciones alienígenas, pero late.
El futuro distópico no se imagina, se recuerda
Lo más fascinante de Proyecto Salvación es su capacidad para hacernos sentir que ya estuvimos allí. Todo en su diseño, desde la nave hasta la tipografía de los paneles de control, evoca ese retrofuturismo brillante y melancólico que parecía haber muerto con Kubrick. No hay pantallas táctiles estridentes ni inteligencia artificial omnipotente. Hay botones, sonidos mecánicos, interfaces rudimentarias. Hay nostalgia.
Phil Lord y Christopher Miller han entendido que el futuro no se inventa desde cero: se recicla, se adapta, se barniza con polvo de estrellas. Como ya demostraron en Spider-Man: Into the Spider-Verse, donde cada frame era una colisión estética, aquí logran que la nave sea un personaje más. Tiene alma. Y eso no se programa, se sufre.
“El pasado no es una reliquia, es una brújula del mañana”
Ryan Gosling, por su parte, hace lo que mejor sabe hacer: mirar al vacío como si le hablara a Dios. Ya lo vimos en First Man, donde encarnó a Neil Armstrong con una contención casi fantasmagórica. Aquí se enfrenta a algo aún más complejo: la ausencia absoluta. No hay Tierra, no hay familia, no hay memoria. Solo hay una misión y un alienígena que chasquea como un grillo gigante. Y aun así, Gosling logra transmitir esperanza.
¿Puede una célula alienígena matar una estrella?
No es casualidad que esta película se base en una novela de Andy Weir, el mismo que nos dio The Martian. Solo que ahora se fue mucho más lejos. Literalmente. Los Astrofagos, esos microorganismos que consumen la energía del Sol, no existen (por suerte), pero están inspirados en ideas científicas reales. La astrofísica ha coqueteado durante años con conceptos de enfriamiento estelar, partículas exóticas y procesos de fusión perturbados por materia oscura. Nada concluyente, pero lo suficientemente inquietante como para encender alarmas.
Por supuesto, Weir hace trampas. Y lo admite. Inventa física subatómica que no cuadra del todo, exagera capacidades biológicas. Pero eso no importa. Porque lo hace con el estilo de un buen mentiroso: el que miente para contarte una verdad más grande. Y esa verdad es clara: si el Sol se apaga, solo la cooperación salvará al universo.
“No se trata del fin del mundo, sino del comienzo de otro”
A medida que la historia avanza, la alianza entre Grace y Rocky se convierte en algo más que una colaboración científica. Es un espejo emocional. Cada uno es, para el otro, el último amigo posible en el universo. No hay política, no hay competencia, no hay ideología. Solo física, empatía y necesidad. En tiempos donde hasta las colaboraciones humanas están contaminadas por ego, esta amistad entre especies diferentes es una bofetada de ternura.
Los paralelismos con otras películas son inevitables. 2001: Odisea del Espacio, por supuesto. Pero también Wall-E, Her, Arrival. Todas exploraron alguna forma de vínculo entre humanos y no humanos. Lo que hace única a Proyecto Salvación es que lo hace desde el humor, la torpeza comunicativa y una calidez inesperada. Rocky no es un dios ni una amenaza. Es… un colega. Un mecánico intergaláctico que también tiene miedo.
“Cuando el lenguaje no alcanza, las fórmulas nos abrazan”
Tecnología salvadora, pero no mesiánica
Otro gran acierto es que la tecnología no aparece como varita mágica ni como demonio. La nave es limitada. Los recursos, escasos. Todo se soluciona con ingeniería improvisada, cálculos a mano, soluciones que recuerdan a los experimentos de escuela secundaria. La ciencia es realista. No espectacular. Y ahí está su encanto.
El retrofuturismo no es solo una estética. Es una filosofía. Supone imaginar el futuro con herramientas del pasado. Y eso, curiosamente, nos prepara mejor para lo que vendrá. Porque el futuro nunca será tan limpio ni tan inteligente como prometen las ferias tecnológicas. Será humano, torpe, contradictorio. Como Grace. Como Rocky.
Influencias, guiños y homenajes
El diseño de la nave recuerda a las novelas de bolsillo de los 60. El ritmo narrativo parece robado de Solaris. El uso de color y sombra parece rendir tributo al expresionismo alemán. Y la música… oh, la música. Nada de orquestas grandilocuentes. Sonidos sintéticos, casi analógicos, que parecen salir de una consola Atari en mal estado. Y, sin embargo, emociona.
Todo en Proyecto Salvación es retro y futurista a la vez. Como una postal enviada desde un mañana que aún no existe, pero que ya sentimos en los huesos.
Las preguntas que deja el vacío
¿Puede el cine salvarnos? Tal vez no. Pero puede ayudarnos a entender que la salvación no siempre llega desde arriba. A veces viene en forma de una criatura fea que hace ruidos raros y te enseña a respirar otra atmósfera. A veces llega cuando dejas de recordar quién eras y decides quién quieres ser.
¿Estamos preparados para confiar en lo desconocido? ¿Para aliarnos con quien no entendemos? ¿Para salvar un Sol, aunque no sepamos si lo merecemos?
No lo sé. Pero tras ver Proyecto Salvación, empiezo a creer que la respuesta está flotando, sola, en algún rincón del espacio… esperando a ser escuchada.
“No se trata de recordar quién fuiste, sino de decidir qué salvarás”
El futuro no necesita profetas, necesita amigos inesperados
«La ciencia sin empatía es solo una ecuación sin resultado»
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¿Y tú, con quién te aliarías para salvar el universo cuando el Sol empiece a morir?