¿Quién se queda con tu alma cuando subes al Queen Mary? THE HAUNTING OF THE QUEEN MARY es más que un simple susto
The Haunting of the Queen Mary es una de esas películas que no solo intenta asustarte: quiere que te pierdas, que dudes de lo que estás viendo, que empieces a preguntarte si no será tu propia memoria la que te engaña. ¿Había sangre en ese espejo hace un segundo? ¿La niña rubia acaba de pasar corriendo… o la imaginaste? 👻
La primera vez que la vi, no supe si estaba viendo un experimento narrativo o un episodio particularmente cruel del destino. Porque esta historia de fantasmas no se contenta con susurrarte al oído desde la oscuridad del pasillo. Esta película se sube contigo al ascensor, respira en tu nuca y, cuando crees haber escapado, te recuerda que los verdaderos espectros son los que uno lleva dentro.
La historia de The Haunting of the Queen Mary se balancea entre dos épocas, como un péndulo encantado que nunca termina de decidir si va hacia adelante o hacia atrás. Por un lado, el esplendor de 1938: glamur, brillo, valses bajo candelabros. Por otro, el presente, con su turismo morboso y su necesidad absurda de hacer del horror un espectáculo con tickets numerados. Pero también, una trampa. Porque lo que ocurre en este barco no se queda en el barco. No es Las Vegas, cariño: aquí, los pecados viajan contigo.
El Queen Mary no es solo un barco, es un personaje más
Hay lugares que están tan cargados de historia que terminan teniendo alma propia. El Queen Mary, con sus pasillos infinitos, sus salones de baile oxidados y sus ventanas que nunca miran al sol, es un monstruo vestido de gala. En 1938, era el escenario perfecto para la tragedia perfecta: la familia Ratch, aparentemente normal, sube a bordo con sus maletas llenas de sueños… y baja hecha jirones, envuelta en lamentos. Un padre poseído, una niña atrapada entre dimensiones, una madre que nunca logra huir.
Pero también en el presente, el barco sigue reclamando tributo. Anne, Patrick y el pequeño Lukas no lo saben cuando compran sus boletos, pero no han pagado por un tour: han sellado un destino. Y cuando Lukas desaparece en los pasillos, uno siente que el barco ha cobrado vida. No como una casa embrujada de cartón piedra, sino como un animal viejo y hambriento que no olvida.
“Algunas puertas no deberían abrirse. Otras, no saben cerrarse”
El pasado siempre regresa, pero en este barco, nunca se fue
Ver esta película es como intentar ordenar un álbum de fotos después de que alguien lo arrojara por la borda. Las imágenes están ahí, flotando, pero el orden se ha perdido. Gary Shore, el director, juega con el tiempo como un prestidigitador. Lo estira, lo encoge, lo rompe. Y uno, como espectador, entra en ese juego sin saber si se está volviendo loco o si el truco es, precisamente, hacerte dudar de tu cordura.
Porque sí, la narrativa es confusa, y eso no es accidente. Algunos críticos se quejan, con razón, de que la película no les da suficiente suelo firme bajo los pies. Pero, ¿acaso lo hay cuando se trata del dolor? ¿De la muerte? ¿De esas ausencias que nos poseen como los espectros que habitan en los rincones del Queen Mary?
Lo que sí es innegable es su potencia visual. Hay escenas que parecen salidas de un sueño barroco, o más bien de una pesadilla lujosamente decorada. La cámara no solo muestra: acaricia, insinúa, oculta. Hay momentos en que el reflejo en un espejo cuenta más que todo el diálogo, y eso, en una película de terror, es un regalo.
Cuando el horror se hereda como una maldición familiar
Hay una idea escalofriante que se esconde entre las líneas de esta película: los pecados del padre, las heridas de la madre, la herencia maldita del hijo. Lukas es un niño que no tiene la culpa de nada, pero carga con la historia de otra. Jackie, la niña muerta del pasado, se apodera de su cuerpo con una desesperación que no es malvada, sino trágica. No quiere destruir: quiere huir. Pero también, quiere quedarse.
Y entonces Anne, su madre, toma una decisión brutal. En una de las escenas más inquietantes —y extrañamente conmovedoras—, comprende que para salvar a su hijo debe destruir lo que queda de él. O mejor dicho, lo que lo ha reemplazado. ¿Quién puede juzgarla? ¿Quién puede estar seguro de que no habría hecho lo mismo?
“A veces, salvar a alguien es dejarlo ir. O dejarlo morir”
La muerte no siempre es el final, a veces es el principio de otra cárcel
El desenlace es de esos que uno tarda días en digerir. Cuando Anne asesina al cuerpo de su hijo poseído, el espectador espera una liberación, un exorcismo, una señal de que el bien ha vencido. Pero The Haunting of the Queen Mary no juega a los binarismos de blanco y negro. El alma de Jackie puede haber sido expulsada, pero los cuerpos vacíos están ahora al alcance de otras presencias. Y como una especie de broma macabra del destino, David y Gwen Ratch regresan, esta vez usando los cuerpos de Anne y Patrick como envoltorios. No hay justicia poética. Hay ironía trágica.
Al final, las almas no descansan. Solo cambian de piel.
“Los fantasmas no gritan. Te miran en silencio desde el otro lado del espejo”
La historia no se cuenta, se repite
“La historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa”, decía Karl Marx. En este caso, la frase se invierte: empieza como farsa turística, con visitas guiadas y fotos con filtros, y termina en tragedia. Porque lo que ocurrió en 1938 no es un recuerdo. Es una herida que nunca cerró. El Queen Mary no es un barco embrujado: es un agujero en el tiempo por donde se filtra el dolor.
The Haunting of the Queen Mary no es solo una película de terror. Es una elegía visual sobre la pérdida, el legado y las cárceles invisibles que habitamos sin darnos cuenta.
¿Y si el verdadero terror no es la muerte, sino lo que dejamos detrás?
La pregunta con la que me quedo no tiene que ver con fantasmas, ni con barcos, ni con posesiones. Tiene que ver con la memoria. ¿Cuántas veces hemos sido poseídos sin saberlo? ¿Por ideas heredadas, por silencios familiares, por miedos que no eran nuestros? Quizá el Queen Mary solo sea una metáfora flotante de todo eso.
Quizá, al final, el barco no está maldito. Solo está lleno de historias que nadie quiso escuchar. Y ya sabemos lo que pasa cuando ignoras una historia: se repite. A veces con otra cara. A veces con la tuya.
“El que olvida su historia está condenado a repetirla… en cuerpo ajeno”
“Una tragedia en el mar es una tragedia en la sangre”
The Haunting of the Queen Mary es un espejo en el que nadie quiere mirarse
¿Y tú? ¿Estás seguro de que, si subieras al Queen Mary, volverías siendo el mismo?