Shame entre retrofuturo y sudor londinense

Shame entre retrofuturo y sudor londinense. Cómo el post-punk del sur de Londres devora pasado y futuro sin perder crudeza

Estamos en septiembre de 2025, en el sur de Londres, y Shame vuelve a sonar como si cada acorde pudiera desatar una tormenta eléctrica ⚡. El nuevo disco, Cutthroat, no es sólo un lanzamiento: es un manifiesto de contradicciones, un bisturí sonoro que corta entre guitarras afiladas y un futurismo sonoro teñido de ecos retro al estilo Depeche Mode. La banda se obstina en algo que parece casi un capricho en esta era digital: mantener el directo como núcleo creativo. Y lo hace desde el mismo lugar donde empezó todo, esa escena del sur de Londres que, contra todo pronóstico, sigue siendo un semillero de bandas que no aceptan domesticar su música.

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Origen: “We blew the budget on a wall of death”: Shame go all-in on their new album

Sur de Londres: la brújula torcida que marca el rumbo

Hace unos años, Brixton y su Windmill parecían apenas una nota al pie en la historia de los bares londinenses. Hoy, en cambio, se ha convertido en un altar donde las bandas incuban un sonido que escapa del molde. Allí crecieron Shame, pero también Black Midi, Squid, Goat Girl o PVA. La etiqueta de post-punk es apenas un paraguas: lo que une a todas estas propuestas no es un género, sino una fe ciega en el riesgo.

El impacto es visible en toda la música alternativa actual. Lo que parecía un club con goteras se convirtió en un modelo de comunidad: programadores como Tim Perry, escenarios efímeros en festivales que replican el espíritu del Windmill y, sobre todo, una ética de trinchera que recuerda a que sin bares no hay vanguardia. La alternativa se cocina aquí, entre cañas tibias y cables cruzados, no en despachos de cristal.

“La vanguardia necesita bares, no sedes administrativas.”

Cutthroat: bisturí y espejo

El 5 de septiembre de 2025 llega Cutthroat, editado por Dead Oceans y producido por John Congleton. Doce cortes compactos, sin relleno, donde Shame se atreve a lo que parecía improbable: meter sintetizadores y samplers sin perder el filo de cuchillo oxidado que les caracteriza. Canciones como Cowards Around, Plaster o la demoledora Spartak muestran esa ambivalencia entre el grito y la caricia, entre la resaca y la confesión.

Charlie Steen, el vocalista, lo dice claro: no hacen performances, hacen directos crudos y confrontacionales. Esa es la brújula que explica por qué incluso cuando las máquinas entran en juego, lo que manda es el sudor humano.

Spartak y After Party: cuando la ironía baila con la ternura

Spartak es mucho más que un single. Es un vídeo dirigido por el propio Steen, ejemplo de esa estética de videos musicales DIY que convierte limitaciones en virtud. La cámara no oculta la precariedad; al contrario, la abraza para convertirla en autenticidad. Un parque de atracciones decadente, resaca moral y un bajo que golpea como martillo pilón.

En After Party la ironía se cuela entre sintetizadores serpenteantes. Es sátira y hedonismo a la vez, un retrato de noches que terminan en calles húmedas y promesas rotas. La crudeza del directo se filtra en cada beat: no importa cuánto se digitalice el sonido, la herida sigue abierta.

Lampião: del sertón a Londres, sin pedir permiso

En el tracklist aparece un nombre que parece desentonar: Lampião. Pero nada en Shame es casual. Virgulino Ferreira da Silva, el mítico cangaceiro brasileño de los años veinte y treinta, se movía entre la brutalidad y el mito popular. Bandido para unos, héroe para otros, su imagen recorre el cine, la literatura y la música de Brasil hasta hoy.

Que Shame lo rescate dice mucho: no se trata de folclore, sino de apropiarse de un símbolo ambiguo que permite hablar de violencia, resistencia y glamour marginal en clave contemporánea. Como un espejo roto, Lampião refleja más de lo que muestra, y ese es su poder.

DIY que huele a verdad

Hay una diferencia entre precariedad y decisión estética. Shame entiende eso mejor que nadie. Los vídeos rodados por Steen, las grabaciones en espacios reales, la luz natural y el error que se queda, no son casualidad: son declaraciones de principios. Estudios sobre lo amateur en vídeo lo explican con claridad: autenticidad no es sólo lo que se ve, sino cómo se percibe. Y aquí la ecuación es perfecta.

La gente no busca barnices, busca piel. Y cuando una cámara temblorosa capta a Steen al borde del desmayo, lo que se recibe no es falta de medios, sino exceso de verdad.

“La autenticidad no es un filtro: es el error que se queda.”

Retro-futurismo sonoro: máquinas que respiran

El post-punk siempre tuvo un flirteo con lo sintético. De allí salió el synth-pop y la estética de Depeche Mode, que demostraron que la electrónica podía ser tan visceral como una guitarra distorsionada. Shame bebe de esa herencia y la lleva a 2025 con una sensibilidad distinta: pads espectrales, bombos cuadriculados y coros que parecen maquinarias de otra época.

La gracia está en que esas texturas no se quedan en el estudio. En directo, la banda las traduce a carne y hueso, como si una caja de ritmos pudiera sudar. Ese puente entre lo digital y lo físico es lo que convierte el retrofuturo en algo más que un recurso estético: es una emoción.

El directo como núcleo

Aquí no hay negociación posible: Shame existe para el directo. Steen lo describe como un blackout lúcido, un trance donde la inseguridad desaparece. Ya en Food for Worms se habían propuesto grabar en caliente, sin pulido clínico, y en Cutthroat insisten: la única validación es el sudor compartido.

En un mundo gobernado por métricas y algoritmos, apostar por el error interesante es casi un gesto de rebeldía. La música no vive en un dashboard, vive en el temblor de un escenario mal iluminado. Y Shame lo sabe.

Johnny Zuri: “La verdad está en el escenario, no en la playlist.”

Lampião y la exportación del mito

Fuera de Brasil, la figura de Lampião se reinterpreta como un espejo de tensiones: héroe social para algunos, villano para otros, santo profano para todos. Artistas visuales, cineastas y músicos lo han convertido en símbolo maleable. Que aparezca en el tracklist de Shame demuestra cómo la cultura brasileña se cuela en rincones insospechados, contaminando desde el sertón hasta el post-punk londinense.

El retrofuturo como máquina emocional

El retro-futurismo sonoro no es nostalgia: es un diálogo entre lo que imaginamos que sería el futuro en los ochenta y lo que vivimos hoy. Una mezcla de alta tecnología con estética low-tech, de pads nebulosos con guitarras oxidadas. Es familiar y extraño a la vez. Y ahí radica su fuerza: conecta con memorias colectivas y las proyecta hacia adelante.

Cuando Shame toca esas canciones en directo, el efecto es brutal: el público siente que viaja en una máquina del tiempo construida con cables y sudor, no con hologramas.

¿Y ahora qué?

Lo más probable es que Shame siga caminando en esa cuerda floja entre crudeza y experimentación. La escena del sur de Londres seguirá siendo un laboratorio en ebullición, mientras nombres como Lampião se cuelan para recordarnos que el pasado es un archivo abierto, siempre disponible para reescrituras inesperadas.

El futuro de esta banda no está en playlists calculadas ni en campañas de marketing milimétricas. Está en el próximo concierto sudoroso, en esa mezcla de error y éxtasis que ninguna máquina puede replicar.

“¿Será posible que en plena era digital lo más humano siga siendo una guitarra desafinada y una voz al borde de romperse?”

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