ARTEMISA promete acción espacial pero ¿cumple su órbita narrativa?

¿Qué esconde ARTEMISA bajo su cúpula de cristal? ARTEMISA promete acción espacial pero ¿cumple su órbita narrativa?

Estamos en 2025, bajo la cúpula plateada de una ciudad lunar imaginaria, pero no menos viva que nuestras propias ciudades llenas de polvo y ambición.

ARTEMISA no es solo una palabra que evoca diosas y cohetes, sino una promesa de escape, de crimen y ciencia, envuelta en el traje apretado de una novela escrita con precisión matemática.

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La luna ya no es territorio de poetas ni de astronautas melancólicos. Ahora es un lugar donde se trafican cigarros, se tramitan sobornos y se conspiran asesinatos. ¿Y quién lo narra todo? Una mujer que no quiere ser heroína, ni mártir, ni mártir con traje espacial. Solo quiere pagar el alquiler lunar.

“No todos los contrabandistas llevan capa. Algunos solo cargan oxígeno y cigarros”

La historia de Artemisa arranca como una broma pesada en mitad de la nada. Jazz Bashara, nacida en Arabia Saudita pero criada en la gravedad mínima de la Luna, es la antiheroína de turno. Ni soldado, ni científica, ni mártir emocional. Es una transportista de paquetes con talento para meterse en líos. Si esto fuera un barrio de la Tierra, vendería tabaco en la esquina. Pero estamos en el satélite de la humanidad, donde hasta el aire cuesta dinero, y Jazz sobrevive a base de pequeños delitos y mucho desparpajo.

Andy Weir, autor de El marciano, abandona el desierto marciano para construir su propia ciudad lunar, como si SimCity se hubiera tomado un ácido científico. Y lo hace con la misma fórmula: mucha ciencia, bastante humor y una protagonista que parece sacada de una comedia de los 80, pero con más conocimientos de ingeniería que todos nosotros juntos.

La vida en la Luna, nos dice Weir, no es futurista ni elegante. Es sucia, cara y burocrática. Jazz vive en una cápsula minúscula, duerme con los pies colgando y huele a metal reciclado. Pero lo importante aquí no es la incomodidad. Es el delito. O mejor dicho, la oportunidad de oro que aparece cuando te proponen sabotear una operación industrial a cambio de una fortuna.

“En la Luna no hay leyes, solo contratos”

Y ahí empieza el lío. Porque Jazz acepta el trabajo, claro que lo acepta. Y al hacerlo, destapa una trama mafiosa que implica desde poderosas corporaciones hasta organizaciones criminales importadas de la Tierra. De pronto, la ciudad lunar se convierte en escenario de una novela negra con gravedad reducida. Las persecuciones se dan en silencio, los sabotajes se hacen con guantes espaciales y las traiciones duelen tanto como una descompresión súbita.

El mérito de Weir es ese: hacer que entendamos cómo funciona una refinería de oxígeno en la Luna sin morir de aburrimiento. Tiene esa extraña virtud de explicarte conceptos técnicos como si estuviera contándote un chisme del barrio. Pero no todos los lectores lo celebran. Algunos, los menos pacientes, encuentran la trama lenta, el conflicto previsible y los diálogos con demasiado sarcasmo barato. Otros, en cambio, aplauden la construcción de ese mundo gris, claustrofóbico y absolutamente verosímil.

Hay que decirlo: Artemisa no tiene la urgencia de El marciano.

No es una carrera por la supervivencia, sino un ajedrez sucio entre intereses industriales. Jazz no lucha por salvar la Luna, lucha por mantenerse a flote en un mundo sin gravedad ni justicia. Y aunque su historia no tenga el mismo tirón épico que la de Mark Watney cultivando patatas en Marte, tiene una irreverencia deliciosa, como una mezcla entre Ocean’s Eleven y Blade Runner, pero en modo pobre.

“La Luna no perdona. Pero tampoco te juzga”

Jazz Bashara no es el tipo de protagonista que gana premios por su moral. Es egoísta, pícara, ingeniosa, a veces irritante. Pero ahí está su encanto. No pretende cambiar el mundo, solo vivir en él. Y eso, en un universo donde todo es propiedad de alguien, ya es un acto de rebeldía.

El estilo narrativo de Weir —rápido, directo, cargado de ironía y tecnicismos bien colocados— funciona como una especie de GPS emocional. Nos guía por túneles, válvulas, estaciones de servicio lunar y peleas entre mafias como si estuviéramos en casa. Pero no todo es eficacia narrativa: hay momentos en que la trama se alarga, en que los giros se ven venir y en que Jazz repite chistes como si temiera perder al lector.

Eso sí, el mundo que ha creado es de una precisión quirúrgica. Nada parece improvisado. Desde las leyes del vacío hasta los sistemas de reciclaje de agua, todo tiene sentido y estructura, lo cual convierte a Artemisa en una novela que no solo se lee, sino que se habita.

Una ciudad retrofuturista con sabor a western lunar

Artemisa no pretende ser una epopeya ni una elegía espacial. Es una novela de aventuras, con ritmo de thriller y corazón de comedia negra. En su fondo, late una crítica sutil —a veces demasiado obvia— a los excesos del capitalismo moderno. Esa ciudad lunar no es una utopía científica, sino un espejo de nuestras propias urbes, donde lo legal y lo ilegal coexisten, donde el dinero manda y donde los sueños se alquilan por horas.

Algunos lectores la aman por eso. Otros se sienten decepcionados por su aparente falta de profundidad emocional. Pero nadie puede negar que Weir ha construido un escenario memorable, un personaje carismático y una historia que, aunque irregular, resulta fresca y diferente.

“Jazz no quiere ser heroína, solo sobrevivir con estilo”

¿Es Artemisa una obra maestra? No. ¿Es entretenida? Mucho. ¿Es fiel heredera de El marciano? Depende. Si buscas acción inmediata y suspense al borde del abismo, tal vez no sea tu viaje. Pero si te interesa ver cómo sería realmente una ciudad en la Luna, con sus mafias, sus empresarios codiciosos, sus contrabandistas simpáticos y sus ingenieros corruptos, este es tu boleto de embarque.

A veces, lo más interesante de una historia no es la trama, sino el mundo que propone. Y el de Artemisa, con sus cúpulas, sus tanques de oxígeno, sus trenes magnéticos y sus cafeterías que venden café sintético, tiene una textura que se queda pegada en la imaginación. Como ese polvo lunar que, dicen, jamás se despega de las botas.

“El que tiene aire, tiene poder. El resto respira lo que puede”

“La mejor ciencia ficción no predice el futuro, lo disecciona en presente”
“Artemisa no es la Luna soñada, es la ciudad que merecemos”

Entonces, ¿vale la pena viajar a Artemisa? ¿Te atreverías a vivir en una ciudad donde la gravedad es opcional pero el crimen es constante? ¿O preferirías seguir mirando la Luna desde la Tierra, sin preguntarte qué pasaría si dejáramos de soñar con ella y empezáramos a habitarla?

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