Francesco Guardi: el último poeta de Venecia que deslumbró en el Thyssen
Venecia es una ciudad que no solo ha dominado el Mediterráneo durante siglos, sino que ha hipnotizado a generaciones con su atmósfera suspendida entre la realidad y el ensueño. Y si algún artista logró capturar ese espíritu en la pintura, ese fue Francesco Guardi, el vedutista que transformó las vistas de la Serenissima en auténticos poemas visuales. Sus lienzos, llegados desde la Fundación Gulbenkian de Lisboa, iluminaron el Museo Thyssen con una colección única que permitió descubrir, una vez más, la belleza melancólica de la ciudad de los canales.
Origen: Guardi, el vedutista más poético, llega al Thyssen – ARS Magazine
¿Por qué Guardi no fue apreciado en su tiempo?
La historia de Guardi es, como la de tantos genios, la de un talento ignorado en su propia época. Mientras que Canaletto, su antecesor, alcanzó fama inmediata con sus vistas detalladas y casi fotográficas de Venecia, Guardi ofreció algo distinto: una interpretación más subjetiva y atmosférica de la ciudad. Su pincelada suelta, rápida y libre, demasiado moderna para su tiempo, le relegó a un segundo plano.
Pero si el siglo XVIII no le entendió, el siglo XX sí lo hizo. Fue entonces cuando su obra empezó a revalorizarse, al punto de que uno de los mayores coleccionistas de arte de la época, Calouste Gulbenkian, adquirió con fervor su producción. Y así, estos cuadros, invisibles por años para el gran público, se convirtieron en piezas clave de la historia del arte.
Del estudio al alma de Venecia
Como en un cuento familiar donde el destino está escrito de antemano, Guardi nació en una saga de pintores. Su hermano Gianantonio y su padre ya dominaban los pinceles, y su hermana se casó con Giovanni Battista Tiepolo, otro de los grandes nombres del arte veneciano. No es de extrañar que Francesco comenzara su carrera bajo la sombra de su hermano mayor, pintando escenas religiosas sin demasiado eco.
Pero Venecia le tenía reservada otra misión. Tras la muerte de Gianantonio, Francesco se atrevió a explorar las vedute, ese género pictórico que capturaba paisajes urbanos con precisión casi arquitectónica. Sin embargo, a diferencia de Canaletto o Bellotto, él no buscaba la exactitud matemática, sino la emoción del instante. Sus cielos turbulentos, su perspectiva inclinada y sus figuras vibrantes convirtieron a sus vistas en estampas cargadas de lirismo.
La rivalidad silenciosa con Canaletto
Hablar de vedutismo sin mencionar a Canaletto es como hablar de sinfonías sin nombrar a Beethoven. Canaletto era el maestro indiscutible del género, un pintor meticuloso cuyas obras eran admiradas y codiciadas por la aristocracia europea. Guardi, en cambio, se alejó de esa perfección matemática y apostó por una interpretación más sensorial.
«Ama los ángulos y las asimetrías», explicaba el comisario Guillermo Solana en la exposición del Thyssen, destacando que las líneas del horizonte en Guardi eran más bajas y sus cielos más dramáticos. En lugar de la Venecia estática y elegante de Canaletto, Guardi nos entregó una Venecia viva, efímera, casi temblorosa, como si se deshiciera ante nuestros ojos.
Las vedute que viajaron de Lisboa a Madrid
La colección del Museo Gulbenkian es, sin duda, uno de los mejores refugios para los amantes de Guardi. Dieciocho de sus óleos más significativos, junto a un dibujo y una obra de su hijo Giacomo, llegaron al Thyssen para dialogar con los Canaletto y Bellotto de la colección madrileña.
Entre las piezas más impactantes se encontraban:
- «El puente Rialto según el proyecto de Palladio» (c. 1770), donde Guardi no solo representa el monumento, sino también su reflejo en el agua, añadiendo una dimensión casi onírica.
- «La fiesta de la Ascensión en la Plaza de San Marcos» (c. 1775), que nos sumerge en la grandiosidad veneciana con una pincelada vibrante y figuras en constante movimiento.
- «El pórtico del Palacio Ducal» (c. 1778), donde la luz y la sombra juegan un papel crucial, adelantando casi un siglo de experimentación pictórica.
Estas pinturas, ubicadas en la segunda planta del Thyssen, permitieron a los visitantes observar de cerca la evolución de la veduta veneciana, desde la precisión arquitectónica de Canaletto hasta la visión melancólica y vibrante de Guardi.
¿El primer impresionista de la historia?
La ironía es evidente: Guardi fue un pintor adelantado a su tiempo, pero precisamente por ello quedó en la sombra. Hoy, muchos le consideran un precursor del impresionismo, un artista que, al igual que Monet o Renoir, no buscaba la fidelidad absoluta, sino la captura de la atmósfera y la emoción.
Su técnica, con toques sueltos y pinceladas rápidas, tiene una frescura que lo aleja del academicismo de la época. Si Canaletto era la fotografía de Venecia, Guardi era su recuerdo fugaz. Y ese recuerdo, hoy más que nunca, sigue fascinando a quienes se pierden entre sus canales de pintura.
Un arte que cierra un capítulo
La Venecia de Guardi no es solo una ciudad, sino un estado de ánimo. Es el fin de una era, el último destello de una Serenissima que, en su época, ya veía desvanecerse su esplendor. Su pincel captura los últimos días de una república que había dominado el comercio mediterráneo, pero que ya no era más que una sombra de su pasado glorioso.
Francesco Guardi, el vedutista olvidado en vida, se convirtió en el testigo poético del crepúsculo veneciano. Sus cuadros no son postales, sino despedidas. Porque si Canaletto nos mostró Venecia con la luz del mediodía, Guardi nos la entregó en la hora dorada del atardecer.
Y como toda despedida, su arte no nos deja indiferentes. Nos recuerda que la belleza, como Venecia, es eterna, pero también efímera.