Midlake anuncia “A Bridge To Far” y enciende la imaginación de sus seguidores. El misterioso puente de Midlake que promete transformar el folk rock
Estamos en agosto de 2025 en Texas, donde los días parecen interminables y el calor se aferra como un recuerdo que no quiere marcharse. Entre ese aire espeso, una noticia atraviesa como un rayo: Midlake ha anunciado su sexto disco, titulado “A Bridge To Far”, con fecha de salida el 7 de noviembre a través de Midlake Records y Believe. Un regreso que no solo entusiasma a quienes han seguido la banda desde sus inicios en Denton, sino que despierta la pregunta inevitable: ¿qué significa ese título con su “error” incluido?
Eric Pulido lo dice sin rodeos: no hay errata. Ese “A Bridge To Far” no es un lapsus tipográfico, sino una declaración de intenciones. Un puente hacia lo lejano, un camino que se nombra mal a propósito para recordarnos que la vida rara vez está escrita sin tropiezos. “Escapismo puede ser una espada de doble filo, pero la intención es animar a que se use para el bien”, explica Pulido. Y ahí está la chispa: la música no como simple evasión, sino como una brújula que nos empuja a lugares mejores.
Origen: Midlake announce new album, share «The Ghouls»
El título como provocación
La ironía del nombre me hace pensar en los viejos carteles de feria, donde lo extravagante se convertía en reclamo. “A Bridge Too Far” era ya una expresión cargada de historia militar y de resignación; la banda, con un simple giro, la transforma en otra cosa, más poética, más inquietante. Un error que no lo es, como esos sueños que parecen absurdos al despertar, pero que esconden una lógica interna.
Y no es la primera vez que Midlake juega con la ambigüedad. Su discografía está salpicada de paisajes que no existen, de tiempos pasados que nunca ocurrieron, de bosques que parecen salidos de una pintura prerrafaelita. Ahora, con este nuevo título, parece que quieren subrayar la fragilidad de las certezas.
“Un puente puede ser un camino o una trampa, según cómo lo cruces”.
El eco de un estudio en Texas
El disco ha sido grabado en Austin, en el mítico Echo Lab Studio, bajo la batuta de Sam Evian, productor que ha sabido consolidar un estilo basado en la naturalidad y la textura analógica. Lejos de la obsesión por el perfeccionismo digital, Evian ha propuesto lo contrario: juntar a la banda en una sala y dejar que las canciones respiren.
“Fue la combinación perfecta para estas piezas. Tocar en directo en el estudio y capturar la interpretación más auténtica ha sido un placer”, confiesa Pulido. En tiempos donde el exceso de edición convierte los discos en paisajes de plástico, esta apuesta por lo orgánico resulta casi rebelde.
El disco, además, se nutre de colaboraciones brillantes: Madison Cunningham, con su voz capaz de elevar cualquier melodía; Hannah Cohen, que aporta un halo etéreo; y Meg Lui, que introduce un aire delicado y preciso. Son como pequeñas corrientes que se suman al río principal sin desviarlo, pero enriqueciendo su cauce.
“The Ghouls”: la primera grieta abierta
El primer adelanto es “The Ghouls”, un tema que mantiene la esencia de Midlake: capas de folk rock texturizado, armonías vocales que parecen salidas de un coro espectral y un pulso rítmico que avanza con firmeza. La canción funciona como invitación a cruzar el puente del título. ¿Qué hay al otro lado? El vídeo, grabado durante el proceso de estudio, refuerza esa sensación de intimidad, como si el espectador se colara en una ceremonia privada.
Escucharlo es como entrar en un bosque en penumbra: no sabes si deberías seguir avanzando o retroceder, pero la belleza de lo desconocido te empuja a continuar.
Entre lo viejo y lo nuevo
Pulido reconoce que el álbum combina caminos ya transitados por la banda con otros inesperados. Esa tensión entre la memoria y la novedad es, quizás, la esencia de Midlake. Títulos como “Days Gone By” o “The Valley of Roseless Thorns” evocan una nostalgia literaria, mientras que piezas como “Eyes Full of Animal” o “Guardians” parecen abrir puertas a territorios más oscuros y viscerales.
En esa combinación está el equilibrio: una banda que no olvida lo que fue, pero que no se conforma con repetirse.
“El verdadero viaje no está en llegar, sino en perderse en el camino”
Una gira que arranca en casa
Antes de que el disco vea la luz, Midlake se lanza a una pequeña gira en Texas. El Hoodoo Mural Festival en Amarillo será la primera parada, seguido de noches en Austin y Fort Worth. Es casi un ritual de iniciación: presentar las nuevas canciones primero en su tierra, allí donde todo comenzó.
Imagino la primera vez que toquen “The Ghouls” en vivo: el aire del otoño texano, la expectación contenida y ese coro que envuelve como una ola. La música de Midlake siempre ha tenido algo de ceremonia y, en directo, esa sensación se multiplica.
El enigma del puente
El puente del título no lleva a un lugar concreto: lleva al propio concepto de lejanía. Esa paradoja es lo que lo convierte en metáfora poderosa. Construimos puentes para acercarnos, pero aquí la banda propone lo contrario: usarlos para alejarnos, para atravesar hacia lo inalcanzable.
El refranero aconseja “no digas de esta agua no beberé ni este puente no cruzaré”. Midlake parece reírse de esa prudencia: cruzar el puente, aunque lleve demasiado lejos, es el único camino posible.
Una herencia que sigue escribiéndose
Desde “For the Sake of Bethel Woods” en 2022, Midlake había guardado silencio discográfico. Con este nuevo trabajo, no solo se reafirman como custodios de un folk rock progresivo que resiste el paso del tiempo, sino que se colocan en la senda de aquellos grupos que entienden la música como un relato continuo, no como una sucesión de productos aislados.
En un tiempo donde la inmediatez manda, ellos insisten en la narrativa larga, en la paciencia del oyente. Y quizá ahí esté la clave de su permanencia.
Reflexiones abiertas
El título sigue latiendo en mi cabeza como un enigma. ¿Será este disco un paso firme o una caída al vacío? ¿Un puente que conecta o que separa? Quizá la respuesta esté en la experiencia misma: en escuchar, en dejarse llevar, en aceptar que a veces lo lejano es precisamente lo que da sentido al viaje.
Porque, al fin y al cabo, ¿qué sería de la música sin esos puentes que no sabemos a dónde conducen?