Zenda adelanta un poco de umberto pasti perdido en el paraiso

Umberto Pasti tenía cuarenta años cuando comenzó la aventura que cuenta en Perdido en el paraíso, mas nada lo había dispuesto para lo que iba a ocurrirle desde el día en que, tras una larga travesía por los aledaños de Rohuna, un pueblecito recóndito en la costa atlántica del norte de Marruecos, se durmió bajo una higuera.

junio 2020

perdido en el paraiso umberto pasti

Al despertar supo que se hallaba en el sitio donde establecer su soñado jardín de especies en riesgo de extinción.

Zenda adelanta el primer capítulo de Perdido en el paraíso.

Esta es una historia que no tiene principio. Fue el segundo o bien el tercer año, creí que sería bonito bajar a la playa a lomos de un elefante. En un club londinense conocí al tío de una amiga, un renombrado mahout, un montador de elefantes. Entre trago y trago de vodka con martini, me explicó que los africanos no eran convenientes para mi caso. Imposible amaestrarlos. Debíamos traer uno de la India. El camino era largo, mas hasta Asia Menor no tendríamos ningún inconveniente. ¿Conocía a Focio, patriarca de Constantinopla, que en el siglo IX describía a los habitantes del Cáucaso como provectos cabalgadores de paquidermos? Mas atravesar África del Norte sería duro.—¿Y Aníbal?—pregunté—. ¿Y Asdrúbal?
Solicitó otro vodka—el cuarto o bien el quinto—, y me respondió que los tiempos habían alterado.
Exactamente la misma pregunta que me había hecho Stephan. Vivía en un sitio árido, la yerba difícilmente era suficiente para las ovejas y las cabras. Claro que mi Dumbo viviría en el Ghdir Ghiddane, una bonita charca no lejos del jardín, donde uno de los hermanos Bando se ocuparía distraídamente de él. Mas ni a lo largo de la peor crisis de optimismo —se las puede sufrir igual que las depresiones—habría soñado con poder generar yerba, hojas y verdura suficientes.—Será mejor que te preguntes para qué exactamente deseas un elefante— fue la conclusión del mahout.
Y con una sonrisa misteriosa y una palmadita en el hombro me dejó solo en la biblioteca del Travellers Club.
No debía devanarme los sesos. Acá en Rohuna hacen falta elefantes y hay necesidad de mastodontes. Es suficiente con mirar el val, el pedregal infinito, el mar. Es un sitio anticuado y solemne, donde uno confunde a los perros con unicornios, y las vacas, de regreso a la puesta del sol, si no prestas atención, se convierten en Minotauros.

¿qUIERES mÁS? 

Origen: Perdido en el paraíso, de Umberto Pasti – Zenda

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